Se cumplen dos semanas ya del comienzo de la fase más dura de la crisis sanitaria provocada por la Pandemia de Coronavirus COVID-19. Los efectos de la propagación de la enfermedad y las dificultades derivadas de las drásticas medidas adoptadas para contener la ola de contagios, nos conciernen a todas y a todos los componentes de esta sociedad.
Sin tiempo para el estupor, sin un segundo para encontrarnos, perdidas y perdidos en este oscuro espacio de irrealidad donde nos ha situado el confinamiento y la paralización general, las trabajadoras y trabajadores de las Residencias de mayores, Residencias infantiles, de Menores protegidos, Centros de personas con Discapacidad Intelectual, Comedores Sociales. Hemos tenido que apretar los dientes y trabajar desde el minuto cero para responder a una situación de gravedad inusitada, a unas condiciones y necesidades en nuestras residencias que superan de largo los peores momentos vividos.
Trabajar atenazadas por la incertidumbre, por el temor que genera la falta de información clara, de certezas sobre qué precauciones tomar, cómo proteger y protegernos. Luchando contra el miedo. Trabajar esperando que nos provean del material mínimo imprescindible para no contagiar a quienes nos afanamos por cuidar, para no contraer el virus y extenderlo a nuestras familias. Trabajar defendiendo las condiciones de vida de las personas que dependen de nuestros cuidados, como hacemos cada día, hasta en los peores días. Porque nos necesitan, porque es nuestro compromiso, como trabajadoras y trabajadores, pero también como personas sensibles al calor, a la soledad, a la piel de nuestros Mayores, de nuestros niños y niñas protegidas, de nuestra chavalería con discapacidad psíquica…
No está siendo fácil, no lo es para nadie en estos días, pero en nuestro caso no cabe la posibilidad de trabajar a distancia. Mientras el mundo se confina en sus casas protegiendo y protegiéndose de la enfermedad, hemos de ir y venir a nuestros centros de trabajo, mirar cara a cara al riesgo de infectarnos y defender a nuestras familias de lo que podamos traer de fuera, a base de agua y jabón.
Ahora, entre la multitud de informaciones generadas por la gravedad de la situación, aparecen imágenes dantescas de residencias donde la vida y la muerte navegan en una inhumana deriva. Surge la desconfianza y el miedo de los familiares que temen por los suyos, el horror de cualquiera que sienta. Queremos tranquilizar a unos y a otros. Compartimos la preocupación y el dolor, pero: Las trabajadoras y trabajadores de las Residencias de mayores, Residencias infantiles, de Menores protegidos, Centros de personas con Discapacidad Intelectual, Comedores Sociales, llevamos muchos años peleando por defender los Servicios Públicos, como garantía de calidad, de seguridad de cuidados adecuados, de implicación con la tarea. Luchando contra los recortes, que ahora vemos, sentimos todos y todas que se pagan. Las plantillas, que han sobrevivido, menguadas y sobrecargadas de trabajo, al daño causado año tras año, hemos multiplicado nuestro esfuerzo para que la factura de estos recortes no la paguen las personas que atendemos. El inicio de la recuperación de los empleos perdidos en los últimos tiempos no es en absoluto suficiente, pero nos preguntamos, viendo la situación que vivimos, ¿Cómo estaríamos ahora si no hubiéramos mantenido la presión sindical hasta lograr esas incipientes mejoras? NUESTROS GOBERNANTES DEBERÍAN APRENDER-
Queremos tranquilizar a familiares y ciudadanía. En nuestras residencias públicas empleamos hasta la última gota de nuestro esfuerzo y compromiso para minimizar el daño que esta crisis pueda causar a nuestros usuarios, que vamos en el mismo barco, que son nuestra razón de ser como profesionales y nos dejamos la piel junto a ellas y a ellos. Nunca dejaremos que en nuestros centros ocurran cosas como las que están apareciendo en los medios. Para eso defendemos, con nuestra representación sindical y con todos los medios a nuestro alcance, las condiciones necesarias para realizar nuestro trabajo. Por eso reclamamos plantillas suficientes, equipos de protección contra el virus, pruebas rápidas para detectar y aislar los casos positivos lo antes posible, medios adecuados para trabajar como debemos trabajar, como sabemos trabajar, como queremos trabajar.
Poco tiempo nos queda, entre turno y turno, a cual más intenso y en muchos casos ampliados o redoblados, para preocuparnos por algo que no sea lo inmediato, resolver problemas y dar lo mejor de nosotros y nosotras mismas. Pero a veces, cuando levantamos la cabeza un momento de nuestra tarea y escuchamos las salvas de aplausos en las calles, se nos agolpan los sentimientos en el pecho. Salimos si podemos y nos sumamos al reconocimiento, al tributo hacia las compañeras y compañeros del ámbito sanitario que se baten minuto a minuto con la pandemia en hospitales y centros de salud.
Aplaudimos fuerte, a veces no podemos contener las lágrimas de emoción compartida. Nos miramos unas a otros y sabemos que, aunque no nos nombren en los mensajes de ánimo a los colectivos prioritarios, aunque todo el mundo parezca olvidar que estamos aquí, en primera línea, al pie del cañón sosteniendo a miles de personas que nos necesitan las 24 horas del día, aunque el reconocimiento no nos alcance y a veces el silencio nos ahogue, aquí seguimos. En pie ante nuestras compañeras y compañeros, atendiendo y procurando el día a día de nuestros Mayores, de nuestros Chicos y Chicas, de nuestras Niñas y Niños. Lo sabemos, pero no estaría de más que el resto de la sociedad lo supiera también.
QUIZÁS HASTA AQUÍ LOS APLAUSOS NO LLEGUEN, pero sabemos que nuestro trabajo merece un gran reconocimiento social, equivalente al esfuerzo que nosotras ponemos diariamente para cumplir con nuestra imprescindible labor. Sentimos en nuestro interior, palmada a palmada, que nuestros vecinos y familiares salen a los balcones también por nosotras. Pensarlo cada noche que salgáis a APLAUDIR y compartiremos el mismo nudo en la garganta, el mismo deseo de que esto termine lo antes posible.
Un segundo después, volveremos al trabajo.